Columna | De la pre-modernidad a la modernidad

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LA GENTE está aburrida de los políticos, no de la política. Las personas participaron poco en las elecciones, pero vieron los debates presidenciales como si de un partido de la Selección se tratase. La gente está aburrida de estas elecciones, donde antes de comenzar sabemos que todo terminará en un empate. A la gente se le expropió de la política, y por eso creo fervientemente que la asamblea constituyente (AC) es el cambio real y necesario que nos permitirá devolver a los chilenos la representación y la política.

La asamblea constituyente ha sido el primer paso en la fundación de los estados de todos esos países con los que tanto disfrutamos compararnos. No es privilegio sólo de Bolivia o Venezuela. También de Suiza, Francia y Estados Unidos. Porque en esos países todo parte en el respeto por los ciudadanos que habitan un país. Cuando armamos una Constitución, lo que hacemos es establecer un contrato con respecto al que usted y yo nos vamos a comportar, respetar y, sobre todo, a reconocer.

El reconocimiento en esto es la clave. Porque en Chile hubo un intento de AC, en 1924: la Asamblea Constituyente de Obreros Asalariados e Intelectuales. Ese año, y mientras Alessandri visitaba (y comulgaba) con Mussolini en Europa, en Chile los diferentes grupos sociales chilenos (obreros, empleados, estudiantes, partidos políticos, etc.) se reunían en el Teatro Municipal para acordar el marco de respeto e inclusión que debía regirlos. Este texto maravilloso incluía aspectos tan centrales como la descentralización del país, la participación parlamentaria por gremios y una equilibrada sintonía de poder entre el Ejecutivo y el Congreso.

Alessandri no sólo desestimó el texto borrador que la asamblea le entregó, sino que durante ese año, y con cinco o seis personas más, escribió una nueva Constitución (la de 1925), y lo hizo como si de un traje a la medida se tratase. Esta Constitución terminó con el Golpe de Estado, y en 1980 surgió otra, la de Pinochet, no sólo presidencialista, sino que, además, autoritaria y otorgando a los militares el rol de garantes de la moral de la nación.

Una sociedad moderna es aquella en la que dos personas distintas se reconocen y respetan gracias a un espacio público y a un contrato democrático. La Constitución es el marco inicial de ese reconocimiento. En Chile vivimos en la pre-modernidad de la democracia. Nuestro marco lo escribieron unos pocos designados, y lo corrigieron unos pocos elegidos.

Los chilenos somos una sociedad madura, moderna, decente y responsable. Somos los más expertos en nuestras propias vidas, sueños y proyectos. Estamos preparados, y es un hecho de justicia que toda la sociedad chilena escriba por fin la forma y el marco con respecto al cual construirá su presente.

La AC debe devolver la política a la gente ahora; definir la inclusión, reconocimiento y deuda con nuestras sociedades indígenas; reconocer y definir la inclusión política de los territorios; definir la fuerza y aplicación de los derechos laborales, y definir la forma solidaria en que nos preocuparemos de los otros y de nosotros: educación, salud, jubilaciones.

Porque la paciencia es injusta y la política es de la gente, ¡asamblea constituyente ahora!