Columna | La marea progresista: un Partido programático

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La gran mayoría de los partidos políticos actuales corresponden a escenarios históricos más cercanos a los siglos XIX y XX que a la actualidad. Los grandes clivajes entre liberales y conservadores y, posteriormente, entre social-cristianos y socialdemócratas, comunistas y socialistas, derechas e izquierdas, han ido perdiendo vigencia: hoy es difícil distinguir un ministro de Hacienda socialdemócrata de uno conservador o neoliberal, todos practican, con matices, la misma política; por ejemplo, es el Fondo Monetario Internacional el que determina las posiciones de partidos tan disímiles, como los socialistas griegos, españoles y portugueses, los conservadores británicos, o los democratacristianos alemanes; cuesta distinguir a los partidarios de Ángela Merkel con los de Nicolás Sarkozy, o los de Rodríguez Zapatero.

No es que no exista la izquierda o la derecha, o las posiciones conservadoras o liberales, lo que ha ocurrido es que los partidos que históricamente encarnaron estas grandes fisuras sociales y culturales, hoy han perdido todo sentido histórico. Veamos: un partido político debiera ser una conexión entre la sociedad civil y el Estado – actualmente son sectores de élite, completamente lejanos de la sociedad civil, que sólo apelan a los ciudadanos en los períodos electorales; el sufragante es considerado sólo como un cliente, tal como un accionista del mercado

La función, primordialmente de un partido, es la formación de nuevos liderazgos. Hoy por hoy, esta idea democrática es una mera utopía: los dirigentes son los mismos y los nuevos, si los hay o les permiten, imitan las mañas de sus antecesores. Los funcionarios remplazan a los militantes

Es lógico que un partido político quiera aspirar al poder, pero hay dos maneras de conseguir este objetivo: la primera dice relación con la consideración del poder como un botín a distribuir entre sus dirigentes y militantes, el partido, así, se convierte en un parásito que, para sobrevivir, necesita alimentarse de los cargos públicos y, una vez perdida la posesión del poder, el partido comienza a vegetar en una oposición sin sentido y carente de ideales. Algo de esto ha ocurrido con el PRI mexicano y, actualmente, con la Concertación chilena. La segunda manera de concebir el poder consiste en tomarlo como un instrumento de transformación social, en razón de ideales e intereses comunes vigentes en la sociedad.

Durante gran parte de los siglos XI y XX se pudo clasificar a los partidos políticos en aquellos de directorio, como los conservadores y liberales decimonónicos, que aglutinaban minorías oligárquicas; en el siglo XX surgen lo que los cientistas políticos llaman “partidos de masas”, capaces de aglutinar grandes sectores de la sociedad civil, fundamentalmente trabajadores; esta clasificación está a mi juicio obsoleta.

En resumen, lo que caracteriza a los partidos políticos, en la actualidad es su ruptura con la sociedad civil, convirtiéndose en oligarquías que se auto-reproducen, lo cual viene a conformar una casta preparada, solamente, para el uso y abuso del poder burocrático, cuya alternancia se decide en comicios electorales que, en la mayoría de los casos, predomina la apatía de los ciudadanos. En general, tanto en regímenes parlamentarios, como semi-presidenciales y presidenciales, más de un 50% del universo electoral se abstiene de participar en una actividad que los ciudadanos, por no estar involucrados en una participación directa, rechazan como un oficio apto para legionarios o, en nuestro lenguaje criollo, operadores, burócratas o, lo que es más grave, pillos aprovechadores que, en corto tiempo, se han enriquecido aprovechándose del partido a que pertenecen, que los ha colocado en un puesto de poder.

Muchos de los partidos que hoy, con buenas razones, son rechazados por la opinión pública, en su fundación encarnaron ideales y mística y fueron capaces de canalizar a importantes sectores de la sociedad civil – militar en ellos constituía un honor y forma de vida; así ocurrió con la Falange Nacional, que dio origen a la Democracia Cristiana; con el Partido Socialista, fundado por Marmaduke Grove, o por el Partido Comunista, inspirado en los ideales del apóstol de la clase obrera, Luís Emilio Recabarren; nuevos movimientos como el MIR y el Mapu motivaron a toda una generación tras el cambio revolucionario-, todos ellos han quedado en el pasado convirtiéndose, en la actualidad, socialcristianos y socialdemócratas en meros gestores de un pragmatismo, cuyo único norte demasiadas veces se expresa en la apropiación del botín del Estado.

El Partido Progresista que acabamos de fundar debe rechazar todas estas pésimas prácticas políticas:

1- Ningún dirigente del Partido podrá perpetuarse en los cargos directivos
2- El Partido debe mantenerse en permanente contacto con las organizaciones civiles evitando toda separación entre el dirigente y su organización de base
3- Todos los cargos del Partido podrán ser revocados en base a un plebiscito interno
4- El Partido Progresista se basa en un manifiesto que deberá ser aprobado por todos sus integrantes y, en particular, plebiscitado a toda la ciudadanía
5- El Partido luchará por poner fin al régimen monárquico presidencial reemplazándolo por un régimen semipresidencial
6- El Partido Progresista propenderá a poner fin a la geometría política, herencia de una legislación de una época autoritaria, en especial la Ley de Partidos Políticos
7- Nuestro Partido luchará sin descanso para implementar un federalismo, donde las regiones de Chile tengan una plena autodeterminación y no dependan del centralismo de la Capital
8- El enemigo principal de nuestro Partido es la pobreza y la desigualdad
9- Consagraremos todos nuestros esfuerzos para promover una revolución educacional que garantice la igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos del país – la calidad de las prestaciones educacionales deben ser iguales para un hijo de un diputado y de un poblador
10- Somos partidarios de promover todas las libertades civiles – matrimonio heterosexual y homosexual en igualdad de condiciones, el derecho de la mujer a decidir sobre su vida sexual y reproductiva, ninguna mujer será perseguida por la libre decisión de suspender el embarazo; todas las personas tendrán derecho a una muerte digna, entre otras de estas libertades civiles
11- Derogación de las leyes liberticidas, en especial, la de Seguridad Interior del Estado
12- Promoverá un sistema de cargas públicas que garantice que los más ricos aporten al Estado gravámenes justos, privilegiando, en base al sistema impositivo, a las pequeñas y medianas empresas que incentiven la contratación de trabajadores
13- Un sistema de salud progresivamente igualitario entre hospitales públicos y clínicas privadas – es inconcebible que el dinero sea la base del derecho a la vida y a la salud

En resumen, el Partido Progresista, para utilizar los términos de la década de los sesenta, será un anti-partido en el sentido de que combatirá el predominio de la casta política, que pretende reemplazar a la ciudadanía so pretexto de representarla, pero en realidad, lo que hace es convertir la democracia en una mascarada ilustrada – el gobierno de la gente, pero sin ella-.